Félix Grande nos recuerda que nos precede el lenguaje y que somos sus herederos milenarios y que somos “beneficiarios afortunados” de la palabra; “el lenguaje nos socorre”, dice él, nos alivia las heridas de “nuestra pequeñez y de nuestro estupor de criaturas finitas” y al retomar las palabras de Miguel de Unamuno, “tened fe en las palabras, porque ellas son cosa vivida”, nos advierte que éstas, las palabras, nos anteceden en el tiempo, que han hilado emociones, sentimientos de miles de personas de diferentes tiempos, de diferentes condiciones, emociones que se hermanan, que nos igualan y que nos heredan toda su experiencia.
Este poeta señala que “sentir y hablar son dones”, dones que nos permiten (a todo ser humano), tener una presencia milenaria, “participar de la magia y del susurro y la sorpresa de lo que no se acaba. Ser momentáneamente inmortales a causa de nuestro abrazo con las palabras y con las emociones en donde millones de años y billones de seres han venido sumando su júbilo de ser… y su ilusión de renacer, cada vez, en cualquiera de nosotros”.
De esa forma coincide y menciona al poeta Luis Rosales (1910-1992), que señala “que las emociones como el lenguaje, nacen en una fuente remota del sentir colectivo”, un sentir colectivo que se enmarca en un tiempo, pero que nos reúne, que propone, que muestra, que convida.
La poesía entonces es una tradición milenaria de sentidos que cautiva al poeta y trasciende.
La poesía de amplio espectro histórico se ha ordenado, para su estudio, por lugares, fechas, géneros, estilos y éstos van desde temas épicos, románticos, cívicos, religiosos, etc., la poesía puede declamarse, recitarse en voz alta, leerse en silencio, arrojarse desde el fondo de un sentimiento, recordarse y en cualquier momento y en cualquier condición nos hermana con alguien y nos alivia. La poesía nos acompaña y está en todo lugar y en todo momento.
Particularmente me gusta leerla en voz alta. Les comparto algunos versos, pequeñísima muestra de poesía mexicana, prehispánica y unas propuestas más.
“Pero yo sé un juego mejor que ese madre, yo seré una ola y tú serás una playa desconocida, llegaré rodando y romperé riendo en tu falda y nadie sabrá en el mundo, madre, dónde estamos tú y yo” (Rabindranat Tagore, poeta hindú).
“De qué callada manera se me adentra usted sonriendo, como si fuera la primavera y yo muriendo” (Nicolás Guillén).
“Finjamos que soy feliz, triste pensamiento un rato; quizá podréis persuadirme, aunque yo sé lo contrario” (Sor Juana Inés de la Cruz).
“Rayo de sol que se adhiere a una gota pasajera, que al punto luce hechicera y al tocar la sombra muere” (Guillermo Prieto).
“Fraile, amante, guerrero, yo quisiera saber qué oscuro advenimiento espera, el anhelo infinito de mi alma, si de mi vida en la tediosa calma, no hay un dios, ni un amor ni una bandera” (José Juan Tablada).
“…Y quitarás piadoso tus sandalias, por no herir a las piedras del camino” (Enrique González Martínez).
“Fuensanta: dame todas las lágrimas del mar, mis ojos están tristes y yo sufro unas inmensas ganas de llorar” (Ramón López Velarde).
“Suave patria: permite que te envuelva en la más honda música de selva con que me moldeaste por entero” (Ramón López Velarde).
“No viendo más que sombra en el camino, sólo contemplo el esplendor del cielo” (Salvador Díaz Mirón).
“¿En qué lugar escondidos, están muertos o dormidos, los besos que no se dan?” (Manuel Gutiérrez Nájera).
“Esa ha de ser la vida del que piensa en lo fugaz de todo lo que mira y se detiene sabio, ante la inmensa extensión de tus mares, ¡oh mentira!” (Manuel Gutiérrez Nájera).
“Aquí, en mi corazón oscuro y solo y en lo más escondido de la entraña, oigo caer, desde hace mucho tiempo, lentamente, una lágrima” (Luis G. Urbina).
“Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo vida, porque nunca me diste ni esperanza fallida, ni trabajos injustos ni pena inmerecida (Amado Nervo).
“Estoy solo en el grito inesperado que lanzo en mi sabor de oscuridades, para llenar mi voz de soledades y revivir mi ser deshabitado” (Elías Nandino).
“…y brotan de tu muerte, horrendamente vivos, tu mirada, tu traje azul de héroe, tu rostro sorprendido entre la pólvora, tus manos, sin violines ni fusiles, desnudamente quietas” (Octavio Paz).
“Apenas mayordomo de mis penas, capitán de fantasmas, me extravío” (Jaime Sabines).
“En el lento cadáver de las horas, la noche va dejando transitorios venenos; contra el aire se rompen las palabras, los días” (José Emilio Pacheco).
Nezahualcóyotl de Tezcoco, (1402-1472), uno de los muchos poetas del mundo náhuatl, prehispánico, escribió:
“No para siempre en la tierra; sólo un poco aquí. Aunque sea de jade se quiebra, aunque sea oro se rompe, aunque sea plumaje de quetzal se desgarra. No para siempre en la tierra; sólo un poco aquí”.
“No acabarán mis flores, no cesarán mis cantos. Yo cantor los elevo, se reparten, se esparcen”.
Alejandro Pescador, en el ensayo “Poesía China, la fijeza de las mutaciones”, comenta sobre una sensación de que la poesía (de su ensayo), no sólo es china sino universal, aunque señala “en realidad sus motivaciones hunden sus raíces en un acontecimiento y un tiempo concretos”, coincidiendo con los poetas arriba mencionados.
Menciona también Alejandro Pescador que el conocimiento sobre la poesía china se remonta a los años 1020-249 ac, contiene, principalmente, temas de política e historia con valores éticos, y posteriormente se desarrollaría lo que se conoce como la poesía clásica china entre los años 206 ac y el 219 dc.
Del Canon de poesía (1020-249 ac) la siguiente muestra:
“Zhon-zi, por favor, no traspases el muro de mi casa, no rompas los sauces recién plantados. No me importan mucho, pero temo a mi padre y a mi madre.”
“Una brisa susurra, ligera, entre los juncos; abro la puerta: una lluvia de luna inunda el lago. Los barqueros y los pájaros de las aguas sueñan juntos.”
De Lao Tse, (571 ac):
“Si llevas algo hasta su límite, desearás haberte detenido a tiempo; si afilas tu espada hasta el límite, pronto verás que se mella. Si llenas tu casa de bronce y jade, no podrás protegerla. Cuando la labor ha sido realizada, retirarse a la oscuridad es el camino del Cielo.”
De la literatura británica, del libro Hojas de hierba de Walt Whitman (1819-1892):
“Me canto a mí mismo, y lo que yo acepto tú aceptarás, pues cada átomo de mí también es parte de ti.”
“Un cielo de paredes celestes me agrada, es cómodo. Un cielo de paredes rosadas me agrada, es bello. Un cielo de paredes de tierra, lo quiero. ¡Es mío! (Mariana Sansón, poeta nicaragüense).
“Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella” (Pablo Neruda, poeta chileno).
“Y voy soñando caminos de la tarde ¡las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas!… ¿a dónde el camino irá? (Antonio Machado, poeta español).
Podríamos añadir poetas que cantan, poetas desconocidos, poetas noveles, poetas anónimos, la emoción es interminable y el legado sin igual, el diálogo es eterno y la fe en el ser humano renace al leer a un poeta.
Multitud de poetas, multitud de estilo, sentimientos semejantes, emociones que se ensamblan, tiempos que parecen el mismo y todo es diferente y sentimos igual o tal vez no.
Pero coincido con el poeta Félix Grande cuando señala: “Sólo con el socorro de la palabra poética alcanzamos a ser personas, es decir, individuos reunidos, criaturas pertenecientes a una inmensa familia que cruza su vida “de lo oscuro a lo oscuro” … sabiendo que vivir es un milagro”.
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